
El amor de los padres hacia los hijos cumple muchas funciones básicas en el desarrollo de las características de su identidad como, por ejemplo, los sentimientos de estabilidad, seguridad, intimidad, apoyo emocional, protección, compañía, así como la capacidad para manejar emociones extremas como la soledad y la ansiedad. Todo esto se logra reforzando al YO del niño, preparándolo para afrontar los cambios socioculturales.
Si una madre tuvo en su infancia una buena relación con sus figuras primarias o si, posteriormente, logró resolver sus conflictos, podrá lograr buenos vínculos con sus hijos aumentando la confianza en ellos y siendo proveedora de seguridad y contención.
Si una madre tuvo una buena relación con sus figuras paternas, es más probable que logre buenos vínculos con sus hijos…
Con esto, se obtiene la creación de los cimientos necesarios para que el niño inicie la construcción de una identidad y de un yo seguro.
Esto se puede lograr desde que el niño es un bebé. Al entablar el vínculo afectivo, la madre puede reconocer las necesidades básicas de su hijo, como saber si tiene hambre o si está incómodo. Al satisfacer estas necesidades, el bebé se sentirá seguro y confiado de que podrá recurrir a su madre cada vez que sienta algún tipo de peligro.
La respuesta de los padres a las necesidades del bebé, harán que crezca confiado de sí mismo…
Según Marrone “la respuesta sensible significa notar las señales del bebé, interpretarlas adecuadamente, y responder apropiada y rápidamente a estas”. Las respuestas hacia el bebé también son necesarias por parte del padre, ya que si el padre, está disponible, atento y protector, podrá crear un vínculo fuerte con su hijo y así podrá respaldar el inicio de la identidad y, además, contribuir a la formación de una imagen paterna positiva.
Esto, le ayudará al niño a crear vínculos estables con ambas figuras, obteniendo las armas para explorar el mundo confiado de sí mismo y del apoyo de sus padres.